*Un árbol crece en Brooklyn de Betty Smith pertenece a ese caudal de obras estadounidenses que han sufrido el embate del tiempo y el olvido: Miss Lonelyhearts de Nathanael West, El canto de la alondra de Willa Cather o El bosque de la noche de Djuna Barnes.
Rodolfo Mendoza
La literatura estadounidense tiene un símil con la rusa: ambas nacen casi siendo sus propios demiurgos. Evidentemente la norteamericana tiene sus deudas con la literatura inglesa, sin embargo sus temas, sus orígenes y su evolución son propios. Estados Unidos tiene algunos de los clásicos literarios insustituibles: Melville, Hawthorne, Poe, Fitzgerald, Faulkner, Hemingway, Capote y, entre los más recientes Paul Auster, quien dice de Betty Smith, autora de Un árbol crece en Brooklyn: “Un libro bellísimo, de una novelista maravillosa y olvidada”.
Debemos a la literatura estadounidense el hecho de que nos haya enseñado que en las urbes existe el arte. Lectores acostumbrados a la literatura europea, en donde todo sucedía, en el siglo XIX, en las grandes fincas, en los secretos castillos, entre la aristocracia, la literatura hecha en Estados Unidos nos demostró que también puede ocurrir en las grandes ciudades (Henry Roth: Llámalo sueño) o en una mísera casa de clase media (Raymond Carver: De qué hablamos cuando hablamos de amor).
Un árbol crece en Brooklyn de Betty Smith pertenece a ese caudal de obras estadounidenses que han sufrido el embate del tiempo y el olvido, y que, por fortuna, continúan teniendo a sus no tan secretos devotos: Miss Lonelyhearts de Nathanael West, El canto de la alondra de Willa Cather o El bosque de la noche de Djuna Barnes, libros todos ellos bellísimos y que merecerían estar en el canon de la literatura universal, pero que por razones de mercado, editoriales o de simple gusto se han quedado un tanto olvidadas en viejas ediciones.
Hija de inmigrantes alemanes, Betty Smith, cuyo verdadero nombre era Sophina Elisabeth Wehner, saltó a la fama con esta novela cuando el célebre director de cine Elia Kazan la llevó al cine. Ya se sabe que el lector muchas veces se ha acercado a las obras literarias gracias al cine, ahí los conocidos casos de El señor de los anillos de John Ronald Reuel Tolkien o Las crónicas de Narnia de Clive Staples Lewis, por ejemplo, cuyas crónicas ni siquiera estaban completamente traducidas al español, pero con el auge del cine pudimos tener en un solo y bello tomo todas ellas publicadas y en orden (que no es precisamente el que plantean las películas).
Pues bien, Smith solía decir, cuando se le preguntaba si su novela era una autobiografía, que no era su vida, pero sí como debería haber sido: la vida diaria y doméstica de una niña feliz, que no estaba exenta de la estrechez económica de los padres, con las preocupaciones sobre su educación y la vida, viendo que un árbol crece casi al mismo tiempo que ella.